Tras un viaje en hidroavión que transcurre entre libro y libro, en la jefatura de policía de El Callao (Perú) arranca la segunda parte de este relato que se inició en "Las siete bolas de cristal". Después de una tensa espera en el puerto tras la cual se comunica la cuarentena del Pachacamac debido a dos supuestos casos de peste bubónica -y no al cuadragésimo cumpleaños del comandante como creyó Hernández o Fernández-, Tintín y el Capitán inician un largo viaje por los Andes que les llevará a resolver el misterio de las desapariciones de Tornasol y la momia de Rascar Capac en un escenario tan alucinante como inesperado: las ruinas de una ciudad inca donde aún perviven descendientes directos de esta civilización.

Posiblemente influído por los recientes descubrimientos en Macchu Pichu -las ruinas fueron "redescubiertas" en 1911 pero fue en 1948 cuando se posibilitó el acceso turístico a la zona gracias a la construcción de una vía de acceso-, Hergé inventó un templo oculto en las montañas donde un auténtico rey inca gobernaba al último vestigio de esta civilización, que se creía desaparecida desde cuatrocientos años antes. Allí se resolverá el secuestro del profesor Tornasol, que curiosamente es el que menos sufre en toda esta historia al pensar, con su habitual agudeza perceptiva, que se trata del rodaje de una película.


Templo del Sol en Macchu Pichu

Todo el relato desde el abordaje del Pachacamac en el puerto del El Callao hasta el descubrimiento del Templo del Sol es un apasionante viaje por selvas, montañas y parajes inhóspitos donde se suceden todo tipo de contratiempos y desgracias, casi todas con el capitán Haddock como destinatario. Completamente fuera de su medio natural -el mar-, el Capitán demuestra una y otra vez que no está hecho para escalar montañas ni para cruzar bosques selváticos. Osos pardos y hormigueros, monos, serpientes, cocodrilos y todo tipo de animales hostiles parecen tener especial fijación con él. Todos estos tropiezos unidos a sus contínuos y desagradables encuentros con las llamas le llevan a formular una de sus lapidarias definiciones referida al país andino:



Volviendo al tema de la publicación del libro y de la situación en Bélgica en ese momento, hay que mencionar otro hecho destacado: una vez finalizada la guerra y por lo tanto las fuertes restricciones de medios que se dieron durante ella, se volvió a la publicación semanal de páginas completas en la revista Tintín en vez de las paupérrimas tiras diarias de Le Soir. Esto influyó enormemente en el ritmo de las historias y en su riqueza narrativa: los relatos perdieron algo de densidad y Hergé los pudo desarrollar con una perspectiva más global y sin el condicionante de tener que mantener la atención del lector de tira en tira. Por ejemplo, escenas como la de la tensa espera que se produce en el puerto de El Callao (página 4 del álbum), con varias viñetas en las que prácticamente no sucede nada -pero sirven para reflejar la tensión del momento-, serían impensables en el formato anterior de tira diaria.

Este nuevo estilo narrativo, mucho más apropiado para unas historias que cada vez son más complejas y elaboradas, se mantendrá en las siguientes publicaciones con la pequeña excepción de "Tintín en el país del oro negro", que es un libro un poco particular debido a todas las peripecias por las que pasó, como se verá en el comentario correspondiente.


¿Conocían los incas el fenómeno de los eclipses?

Existe una cierta discrepancia entre tintinófilos en lo que respecta a la utilización por parte de Tintín del eclipse como arma para "engañar" a los incas. Algunos piensan que es un error de Hergé alegando que los incas sin duda deberían conocer el fenómeno de los eclipses al ser grandes estudiosos del Sol, que era una de sus divinidades principales. La realidad es que los incas conocían los eclipses -lo cual no significa que tuvieran que conocer su correcta interpretación astrofísica-, aunque tenían una curiosa y muy poética interpretación de este fenómeno: según su mitología, el Sol y la Luna se juntaban ocasionalmente para hacer el amor y en uno de estos encuentros concibieron a Manco Cápac -el primer rey inca y fundador de la civilización-, por lo cual se consideraban todos hijos del Sol.

No está claro por tanto que incas del siglo XX se pudieran asustar fácilmente por un eclipse. Lo que sí es cierto es que esta idea no es original de Hergé, ya que Mark Twain se le adelantó 60 años con un episodio muy parecido en Un yanqui en la corte del rey Arturo.


Rascar Cápac: ¿el que desencadena el fuego del cielo?

Aunque este nombre de rey inca es fonéticamente bastante apropiado, no parece que su significado -"el que desencadena el fuego del cielo"- sea auténtico. Hay varios nombres de reyes incas que incluyen el término Cápac (Manco Cápac, Mayta Cápac, Cápac Yupanqui....); este vocablo quechua ha estado asociado durante siglos al nombre de gobernantes incaicos para denotar a alguien "grande", "superior", "poderoso" y "de realeza". No parece por tanto que Rascar Cápac tenga en quechua el significado que se le atribuye en el libro. Cápac significa lo dicho anteriormente y no he encontrado el término Rascar ni nada parecido en ninguno de los diccionarios quechua-español que he consultado.



El templo del Sol
Título original Le temple du soleil
Año 1949
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